Imagenes Oniricas

Subjetividad, un espacio para otros pensamientos.

Tomar una pluma...


Siempre he creído, que la escritura, o por lo menos este tipo de escritura, es un tiránico ejercer del sagrado derecho a estar solo. Jamás estamos más solos que cuando escribimos... Puede que de repente nos asalte una idea en la mitad de un concurrido tugurio, o en la agonía de un desierto. Pero tomar la pluma, inclinarse un segundo para reconcentrar ideas, nos eleva de inmediato a una colina salvaje y vacía, lejos de nuestros congéneres. Increíblemente solos, increíblemente abandonados.

Desde el impreciso momento en que la idea del signo entro en nuestra mente, y aprendimos a traducir las emociones y sensaciones de la vida en líneas, sellamos para siempre la condena de la soledad y el hastío.

No podemos mentirle a nuestras letras, ellas son en resumen la perfecta concretización de la imagen interna, de la tortura y el frío que nos invade desde siempre. Carecemos por completo del poder para escapar de su satánico brillo. Nos hechizan, y al mismo tiempo las repudiamos, cuando entre todas ellas no encontramos una a la medida de nuestras necesidades.

Hay palabras que nos sangran, nos hieren en lo más íntimo, en lo más blando de los rezagos de inocencia. Hay signos evidentes en las palabras de otros, que solo sabemos ver quienes tomamos el compromiso de traducirlas; que nos elevan a las mas inmensas cumbres de lo ideal, o nos arrastran en el lodo infame de una pasión abyecta o inicua.

Pero cada vez que una pluma, papel y lápiz, se conjugan en misterioso aquelarre, nuestra vida, nuestra mente, nuestra lengua misma muere para el mundo externo. Y ya solo existimos en un confuso desierto, poblado de imágenes y sensaciones múltiples, de las que tan solo el hermano Dalí supo encontrar una salida a través de su trabajo.

Estas imágenes, estas sensaciones, se entrometen en el dulce caminar a la muerte, y sin importar cuanto hagamos para detenerlas. Para sellarlas en lo más oscuro de nuestras almas; nos violan con dulce cadencia, hasta el día, el momento fatal en el que les demos vida, y las hagamos eternas.

Tomar la pluma, tomarla de prisa, es un perpetuo ejercicio de eternidad. Nunca estaremos más cercanos a la idea de dios, jamás seremos más divinos, que en este momento, cuando les demos vida a estas ideas, cuando las hagamos inmortales.

Y en este instante, en ese preciso instante, se nos muere un poco mas del alma, por que escribir también es un veneno, que te impide satisfacerte con las cosas simples del mundo, ya no hay consuelo posible para todos los torturados que se atreven a buscar la magia profunda de los hacedores de palabras. De los contadores de historias...

Por que ya ni el amor, ni la bondad, ni la caricia de una mano amable, nos han de salvar de ese abismo creciente, que nace y crece en nuestro interior.

Escribir, esto es, ser un sassenach, un contador de historias, es confiar, y vivir engañados, por que en un mundo como este, en este siglo y en esta tierra, escribir, revelar los secretos de nuestras tragedias, es el equivalente a ser quemado en la hoguera del común saber... Puesto que los hombres, parecen no haber sido creados, para expresar sus pensamientos en palabras...

Y, ya que nosotros nos atrevemos día a día, noche a noche, a repetir este sacrilegio, somos los últimos en esperar piedad, y en verdad estamos muy lejos de merecerla...

Sariel_Rofocale.


Ésto es algo maravilloso publicado por Engel en "El Sendero de la Luna" (http://www.elsenderodelaluna.forointernet.es/)



Más allá de la estación


Ocupo todos los asientos
en un viaje hacia la ciudad de todas partes.
Apoyando espalda con espalda,
el paisaje se hunde tras mis ojos.
Todo pasa diez minutos más tarde de que el tren partiera.
No hay más datos de la estación. “Ella los conoce”

Busco nuestro sitio en este extraño lugar.
Hace poco creí verla pasar,
aquella cara me recordó
que ya sé que ahora se encuentra lejos.
Pero sabe que yo vivo allí, me veo en casa.
Ha llovido, la noche juega con las nubes.
Mi primera palabra es para el dolor de alejarse
cuando me viene a ver su recuerdo.
Extiendo mis manos en sus ojos,
me hablan de la fragilidad.

Vuelvo a ver el andén húmedo en este túnel del silencio.
Mi cuello se baña en la bruma del deseo, y la nuca
en un viento que eleva el polvo de la acera
al lado de un reloj que apunta al antedía.
Un tatuaje de luces formando estrellas con brazos
alargados hacia una ciudad imposible
alimenta mi memoria. Mis ojos olvidan
el alfabeto de un nuevo día. Requisito necesario
para poder huir por el pentagrama de las vías.
Una resonancia hueca anuncia la llegada del próximo tren.
Ese eco me ayuda a reconocer la piel sonora de la realidad
recordándome que me encuentro en el bulevar de los sueños.

Engel